Foto cuádruple el 12-06-13 a las 23.57 #9 (compilado)

-¿Te ha resultado difícil vivir siendo lesbiana? -me pregunta una amiga.

-Sí -contesto sin querer.

Pienso la respuesta.

Pienso la pregunta.

Sigue ese sí  conmigo.

Ese sí…

Fue una noche, en Vetusta, la muy provinciana y leal ciudad a una hora concreta, cuando me escuché y paré de crecer en el armario ante mis padres.

La pandilla organizábamos una fiesta sorpresa por los 31 cumpleaños de dos de nuestras amigas. Los regalos fueron muy acertados: un ambientador «Chispas» para una y para la otra, fuimos a la superviviente tienda de música al lado del cine cerrado y entre las novedades nos debatíamos entre: «Lady Gaga» o «Supersubmarina». Ganó nuestra edad y nuestro gusto ya que nadie sabía ¡quién leches era Lady Gaga!

La puesta en marcha de dicho evento sirvió para cerciorarme de la inutilidad de mis amistades para cumplir con una convocatoria de un sitio y de una hora.

Tener móvil parece que es un salvoconducto para llegar tarde o no llegar sin ningún tipo de excusas.

Así que como plan 2.0, ante los esperados mensajes de una protagonista tipo: «no voy, no salgo al final». Aunque dijera antes: «sí salgo», faltando por lo tanto a convencionalismos sociales de cierta educación y provocando que las suelas de goma de zapatillas camping de sus amigos se desgastasen impacientes en el veranillo de San Miguel al morir ante la criba de cambio de armario del invierno, fui yo la encargada de llamar implorando que necesitaba su presencia y solicitaba un ideario para cerrar ¡por fin! la puerta de ese armario de mis padres, conmigo fuera.

Ahí sufrí una pequeña alerta, percibí innecesaria una ayuda ajena argumentativa sobre mi vida. Pero como el que oye llover.

¿Mis padres?

Gente que han comido pasta a partir de 1950 y no han usado jamás camiseta. Gente que pasa por Fátima, rezan, paran y son diestros en el juego del mus pero sin órdagos.

El típico perfil de personas deseosas de escuchar nada más nacer que su hija es lesbiana.

Y mientras esperábamos a una del cumple y mientras los consejos sobre mi futuro de descanso emocional saltaban, y también mientras las cervezas mitigaban las bravura de las patatas, ¡de repente! desconecté de la realidad y como espectadora paralela de mi vida,  con cautela subí a una escalera imaginaria de juez de las pistas de tenis y me vi y vi a «esos mientras de antes»: cervezas, patatas  y amigos. Y como invertíamos tiempo para ir a la fiesta sorpresa también sorpresa en su preparación y oía esa ayuda ajena argumentativa y me juzgué a mí misma, desde allí arriba como: tonta.

Veredicto: una fecha ineludible.

Días después: Me convoqué.

Hora: Salida del trabajo de mi madre.

Sitio: Cafetería.

Mi novia me había recomendado, un sitio imparcial. Sitio de decibelios controlados por el que dirán de los camareros, donde mi madre no pudiese ganar en ningún aspecto.

¿Pareja? Ayuda. Ayuda tener un pilar contigo en esos momentos, hace de acelerador de partículas, hace de mirador de tu paisaje, hace de red para tu salto. Es la primera llamada que harás al salir.

¿Selectividad? Aún no tenía móvil.

¿Primer examen de carrera? ¿Carné de conducir?

En tu vida cambia el primer interlocutor de las llamadas importantes.

Llega el soberbio día y mis zapatillas camping y yo, no sabíamos ninguna cuanto nos quedaba por vivir, pero caminamos.

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Repaso mentalmente el discurso. No lo llevo apuntado porque creo que me certifica como débil.

El discurso está en negrita:

Mamá, tengo que contarte algo. Me gustan las chicas.

Recomendación de mi hermana, la palabra lesbiana es muy fuerte.

Lesbiana.

Si el móvil es el salvoconducto para no llegar a tiempo, para decidir vivir en armarios, para no decir nunca la verdad, ¿cuál es la excusa?, ¿existe?, ¿pudor?, ¿educación?, ¿daño ajeno?, ¿escasez de vocabulario?. Pienso que el mundo está regido por maleducados, porque les dejamos hablar, pensar y creérselo.

Estoy saliendo con una chica. No es la primera.

Recomendación de mi pareja: no es la primera, déjalo bien patente, no vaya a ser que me tomen manía.

Díselo a papá, que tengo más confianza contigo.

Recito mi discurso de tres líneas, camino y miró mi reloj de pulsera: mi móvil, ¡está sin batería!

Ahora repito en mi memoria los números del móvil de mi novia.

Mi primer obstáculo, la puerta del portal.

¿Cómo la sorteo?

Llamando al interfono.

Mi madre no puede bajar.

Subo a su despacho.

Llevo haciéndolo desde hace años, casi a la edad de esa foto que tiene en su mesa de trabajo. En ella estamos mi hermana y yo, y a nuestra espalda la ciudad de San Sebastián.

¿Por qué sabemos qué somos pequeñas en esa foto?

A veces me cuesta reconocer mi vejez. No hay píxeles, no hay cejas depiladas, sí hay hombreras, unas sonrisas disecadas y unas zapatillas camping.

Espero en la habitación contigua a mi madre y a su visita y el ordenador no me entretiene porque no me sé la contraseña, así que la busco. Busco por la pantalla pequeños papeles con mensajes alfanuméricos y no los encuentro. Desisto en mi ardua labor detectivesca y me fijo en los detalles de esa habitación.

Me fijo en un montón de folios y el vaso de tubo que usa mi madre sellado con su pintalabios. Del montón de folios sucios para escribir notas, rasgó uno y apunto el número de teléfono de mi novia.

Un papel cuadrado que me acompaña en el bolsillo.

Días después, puede que lo salve de la lavadora y sonría al verlo.

Y veo esa foto con mi hermana en San Sebastián, con las mismas sonrisas. Al lado, la foto de mi padre llevando a mi hermana al altar. La del bautizo de mi primera sobrina. La de la comunión de mis dos siguientes sobrinos.

Mi madre sale de vez en cuando, solo para sonreír, solo para demorar más su tardanza con esa sonrisa intermitente.

Ella bebe agua en su vaso de tubo, tiene sed.

Diez minutos más tarde.

-Tengo una llamada perdida de Fernando. Voy a llamarlo -me dice.

Lo llama. No obtiene respuesta.

-¡Vámonos! -me dice y entra al cuarto de baño.

Ring, ring, ring. Llama su amigo: Fernando

-Sí. Sí. Te dejo que quiero ir de compras con mi hija.

Salimos del despacho.

Salimos del portal.

Mi madre quiere ir a las rebajas a la derecha.

Yo quiero ir a la izquierda.

Segundo obstáculo.

Reconozco mi dolor de barriga de todo el santo día y le digo que quiero una manzanilla.

No quiere ir a la cafetería más cercana para no encontrarse con Fernando el de la llamada porque…

Tercer obstáculo.

-No hay ninguna más cerca -me dice.

-Mamá, yo no quiero ir a ninguna lejana

Declina y decidimos entrar al fondo de la cafetería.

Ella se sienta.

Mis zapatillas camping y yo no aguantamos más la verticalidad, me ayudo de mis dos manos que caen encima de la mesa, se apoya mi cuerpo, respiro por la boca, mis dientes aguantan el vendaval de palabras empotradas y digo:

-Me gustan las chicas.

Y empiezo a llorar. (Me siento).

-No pasa nada -dice mi madre. Solo se vive una vez. Ya lo sospechaba.

-(Y  le planto dos besos). Estoy saliendo con una chica y en breve me iré a vivir con ella.

Cuarto obstáculo: el tercer grado de mi madre.

(Solución: respuestas rápidas, sin pensar.)

-Y ella, ¿cómo es de facha? -me pregunta.

-Es más de izquierdas y de poca religión -digo yo.

-No -dice mi madre y se ríe. Que, ¿cómo viste?

-Normal, vaqueros, camisetas, femenina.

-Vetusta es una ciudad pequeña. Sé discreta -me alerta.

Le preocupa la promiscuidad para que no lleguen a romperme el corazón una y otra vez.

-Es un cliché homosexual -le digo.

-Me preocupa que no tengas familia.

-No es descartable.

-¿Estás enamorada? -me dice

-Un poco -contesto.

-Intenta no coger fama en Vetusta de lesbiana, por si luego te echas novio.

-No creo que eso ocurra -respondo.

-¿Desde cuándo sabes que te gustan las mujeres?

-Desde pequeña, nunca tuve novio, ni en el Instituto, ni en la Universidad.

Me despido de mi madre. Rezumo levedad.

Ahora falta llamar a mi novia, decirle que todo ha ido mejor de lo esperado pero no sé ¿dónde narices hay todavía cabinas en Vetusta?.

Mi madre se lo dijo a mi padre después.

Mi valentía se había desnudado.

Después mi hermana me informó.

Al día siguiente en el desayuno mi padre no tenía ni idea.

Mi madre le hizo sentar.

Mi padre dijo que no quería saber nada de la chica ni del tema.

Pero conozco a mi padre, sus cabreos son como las entrevistas de los entrenadores tras el partido. Un diálogo inocuo.

Mi hermana dice que nuestra madre dice que nuestro padre piensa.

Esta frase es todo un resumen de mi familia, aquello que piensa mi padre, se lo dice a mi madre, mi madre a su vez a mi hermana y después ella a mí.

Así que tras este juego infantil de «teléfono corrido», sé que mi padre piensa que los homosexuales son viciosos.

Entonces mi hermana preguntó a mi madre, tú piensas ¿qué tu hija, Café cortado cósmico es viciosa?

-No. Es todo corazón.

Fin.

Café cortado cósmico.